¡Uy! El arte

15 de junio de 2024

¡¿Joaquín Sorolla en Cuba?!

Greta Romero Historiadora del Arte y actriz
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Algunos afirman que Joaquín Sorolla Bastida (1863-1923), el gran pintor español, pisó tierras cubanas en vida. Comprobado está que tuvo intenciones de hacerlo, pero no las materializó. De todos modos, el destino quiso que Cuba tuviera una huella profunda de este pintor a través de su obra y, hoy día, a muchos sorprende que el Museo Nacional de Bellas Artes de esta Isla cuente con más de treinta lienzos originales del valenciano. Por si fuera poco, la mayoría son pinturas representativas dentro de la trayectoria del artista, así que tres amigas amantes del arte –Gretel, Yenny y Greta- fuimos a su encuentro una vez más, sin sospechar que aquella sería una de las últimas visitas que haríamos juntas, antes de que la vida nos llevara a vivir en países diferentes.

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De izquierda a derecha: Gretel, Greta y Yenny

Una vez en la sala de exhibición, después de contemplar retratos, escenas veraniegas, barcas y jardines “a lo Sorolla”, con ese tratamiento de la luz tan peculiar, no pudimos evitar elegir nuestras piezas preferidas.

Las preferidas

Inmediatamente, Gretel conectó con la alegría que emana de Entre naranjos (1903), una obra en la que un grupo de jóvenes juguetea y donde no parecen faltar la música y el galanteo. Las huellas de la pincelada se perciben a simple vista y su estilo fluido unifica a las personas con los naranjos que, por cierto, son árboles representativos de Valencia. Recordemos que Sorolla realizó viajes a París, donde conoció de cerca a los impresionistas, es por ello que en obras como esta son evidentes los rasgos de ese estilo.

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Entre naranjos, 1903, óleo sobre tela, 100 x 150 cm

Clotilde paseando en los jardines de La Granja (1907), donde vemos a la esposa del pintor con un sombrero negro de plumas y cierto aire de distinción, es una pieza impactante, no solo por sus dimensiones. La pintura es una de las tantas obras maestras que Sorolla realizó en el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, una de las residencias de la familia real española. Llama la atención la personalidad que adquiere Clotilde aún sin mirar al espectador, sí, porque su rostro apenas lo vemos de perfil. Y a pesar de su elegante indumentaria, se encuentra en una actitud casual, observando algo junto al estanque de la fuente. Esta combinación de magnificencia con naturalidad, hicieron que Yenny la tomara como su favorita.

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Clotilde paseando en los jardines de La Granja, 1907, óleo sobre tela, 170 x 100 cm

Pero el rey de la franqueza en esta sala es, sin dudas, el protagonista de Niño comiendo sandía (1920), la obra que más me impactó a mí y que, por si fuera poco, fue la primera pieza de Sorolla que adquirió el museo cubano. El infante sí nos mira antes de llevarse su tajada de melón a la boca, y lo hace con el ceño fruncido y cierta preocupación que quizás se deriva de su estatus social, porque a través de sus ropas raídas y su sombrero de paja, el artista nos revela su procedencia humilde.

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Niño comiendo sandía, 1920, óleo sobre tela, 99 x 75 cm

Ahora bien… más allá de nuestras selecciones individuales, y como buenas amigas al fin, las tres coincidimos en que Verano (1904), sería nuestra selección unánime. Tengamos en cuenta que Sorolla nació en Valencia, una ciudad con costas al Mediterráneo, de ahí su fascinación por el mar. Y aquí vemos justamente, una escena veraniega, con niños y adultos disfrutando de la playa. Para representarla el artista emplea pinceladas sueltas y colores más brillantes que nunca antes. Así, logra captar la sensación de viento, la luminosidad del verano y el movimiento de las olas.

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Verano, 1904, óleo sobre tela, 149 x 252 cm

¿Cómo llegaron a Cuba?

Y… quizás te estés preguntando cómo fueron a parar obras tan valiosas del maestro valenciano, al museo de La Habana. Resulta que las vías fueron diversas, algunas las compró la propia institución en la primera mitad del siglo XX, a veces a precios risibles como fue el caso de Niño comiendo sandía, que costó cuatro mil pesetas. Paralelamente, muchos coleccionistas privados y cubanos influyentes se las agenciaron para ir haciéndose de sus Sorolla. En 1959, tras el triunfo de la Revolución, muchas de estas personas se marcharon de Cuba (algunas con la esperanza de regresar pronto), por lo que dejaron en la Isla sus colecciones más valiosas que, mediante un proceso de nacionalización, pasaron a ser propiedad del gobierno cubano, que después las traspasó al Museo Nacional de Bellas Artes. Esto, sin dudas, enriqueció notablemente la colección de cuadros del español que ya existía allí. Si quieres conocer más detalles sobre estos hechos, escucha el episodio 75 de nuestro podcast.

Por lo pronto, a estas tres amigas les queda el feliz recuerdo de una mañana junto a Sorolla, en La Habana, este pequeño puntico en el mapa, donde también la luz natural y el mar, cual obras del artista valenciano, son parte de nuestras vidas e idiosincrasia.

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