28 de agosto de 2024
El Romanticismo a través de 3 pinturas
Si eres romántico –y si no lo eres también- debes conocer a los maestros en esa materia: un grupo de artistas europeos que a finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, se dejaron arrastrar por sus más íntimos sentimientos, los volcaron con intensidad en sus obras y protagonizaron un movimiento cultural que se llamó Romanticismo.
Hoy día esa actitud puede parecernos totalmente normal, pero en aquella época significó toda una revolución en el arte. Hasta ese momento, los artistas solían crear en función de lo que les hubieran encomendado. Por tanto, la obra de arte debía estar en consonancia con los gustos y las peticiones de quien las encargaba y pagaba por ellas. Sin embargo, los románticos decidieron complacerse a sí mismos por encima de todo, así que, más bien, comenzaron a crear lo que era de su interés personal.
Evidentemente, estaban cansados de las rígidas normas que imponía el Neoclasicismo, que fue el movimiento que le antecedió cronológicamente dentro de la Historia del Arte al Romanticismo, y promovía un estilo austero, rígido, que servía fielmente al poder político y amaba la simetría. Para los románticos… ¡había llegado el momento de romper todas aquellas reglas y defender la individualidad!
Veamos cómo lo hicieron, a través de tres pinturas.
¡Un grito de libertad!
No es de extrañar que La libertad guiando al pueblo, del francés Eugène Delacroix, sea una de las obras paradigmáticas dentro del Romanticismo. Y es que este movimiento defendió a capa y espada la libertad en sus más diversas variantes, pero sobre todo, la libertad creativa del artista. Y Delacroix siempre fue consecuente con ello, tanto, que en cierta ocasión el vizconde de La Rochefoucauld, en calidad de intendente de Bellas Artes, le prometió al artista hacerle encargos oficiales si cambiaba su modo de pintar, y Delacroix… ¡se negó!
En 1830, el rey Carlos X, firmó unos decretos donde anulaba una serie de derechos y los parisinos de diversas clases sociales salieron a la calle para protestar. Fueron tantas las revueltas, que al monarca no le quedó más remedio que capitular y marcharse. Estos hechos fueron el motivo de inspiración para que Delacroix creara La libertad guiando al pueblo, donde ha pintado una barricada en extremo dramática… en extremo romántica.
El centro de la composición lo ocupa una mujer, que con el torso desnudo y alzando la bandera tricolor, es una alegoría de Francia y de la libertad. La acompañan desde un obrero con una espada y un adolescente con dos pistolas, hasta un burgués con una escopeta y su sombrero de copa: diferentes clases sociales unidas por una causa común. También, y para hacer aún más conmovedora la escena, el artista ha colocado en primer plano los cadáveres de personas que han estado dispuestas a morir por aquello que defienden: la libertad. El dramatismo de la escena es exacerbado por los contrastes de luces y sombras y la brillantez del color.
La libertad guiando al pueblo se considera el primer cuadro político de la pintura moderna, anotémosle ese punto al Romanticismo.
El individuo y su soledad
Sentirse solos e incomprendidos era común entre los artistas románticos. Por eso, mientras algunos buscaron refugio en un pasado idealizado –como la Edad Media- otros encontraron cobija en el paisaje, como fue el caso del alemán Caspar David Friedrich, autor de una obra tan sobrecogedora como El caminante sobre el mar de nubes.
“El pintor no debe pintar solamente aquello que ve exteriormente, sino lo que descubre en sí mismo. Y si en sí mismo no ve nada, más vale que deje de pintar lo que tiene delante”, decía Friedrich. Evidentemente, un mundo bastante convulso veía el artista en sí mismo, y lo exteriorizaba a través de paisajes tormentosos y revueltos como este. En medio del panorama catastrofista, coloca al individuo solo, de espaldas al espectador, empequeñecido ante tanta inmensidad natural, como enfrentándose consigo mismo, porque recordemos que el paisaje no es más que una metáfora de todo lo que sucede en su interior. Muchos románticos buscaron en el aislamiento respuestas sobre su destino.
La muerte como obsesión
La muerte fue un tema que sedujo a los artistas románticos. Algunos la representaron hasta el cansancio, tanto en lienzos más idealizados como El funeral de Atala, de Girodet-Trioson, como en otros tan crudos como la Balsa de “La Medusa”, de Théodore Géricault, donde el artista francés recrea la historia de los sobrevivientes de un naufragio, los cuales aparecen representados junto a los cadáveres de los que no corrieron la misma suerte. La verosimilitud que Géricault logró en los cuerpos sin vida, fue el resultado de estudios previos sobre cadáveres.
Sin embrago, a otros artistas no les bastó con el hecho de representar la muerte, sino que era tanta su exacerbación pasional que quisieron experimentarla en carne propia. El suicidio se convirtió pues, en tema artístico a tratar y, desgraciadamente, en moda. De hecho, una obra literaria muy popular de la época fue Las penas del joven Werther, de Goethe, donde el protagonista se suicida, lo que desató una oleada de suicidios dentro de la juventud de entonces, al punto de que la obra tuvo que ser prohibida en varios países por motivos de salud pública.
En medio de aquel absurdo, pintores románticos como el español Leonardo Alenza tuvieron el tino de criticarlo, o al menos de ridiculizarlo, a través de la obra Sátira del suicidio romántico, en la que muestra a un escritor fracasado que decide acabar con su vida tirándose por un barranco y, por si acaso, clavándose un puñal, como segunda alternativa por si fallaba la caída.
Tres obras no bastan para definir un movimiento cultural tan amplio como fue el Romanticismo, pero sí nos dan la certeza de la originalidad, el individualismo y la libertad por la que lucharon aquellos artistas apasionados que, con su manera de hacer y de proyectarse, abrieron el camino para posteriores cambios radicales dentro de la Historia del Arte.